Primer Mandamiento:
Yo soy el Señor tu Dios; no tendrás otro
Dios más que a mí
Yo, el Señor, soy tu Dios, que
te ha sacado del País de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti
otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que
hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay
en las aguas debajo de la tierra. No te prostrarás ante ellas ni les darás
culto.
"Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"
(Dt.6,5)
El primer Mandamiento llama al
hombre para que crea en Dios, espere en Él y lo ame sobre todas las cosas.
"Al Señor tu Dios
adoraras" (Mt 4, 10). Adorar a Dios, orar a Él, ofrecerle el culto que le
corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han hecho, son todos
ellos actos de la virtud de la religión que constituye la obediencia al primer
mandamiento.
El deber de dar a Dios un culto
auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado.
El hombre debe " poder
profesar libremente la religión en público y en privado.
La superstición es una
desviación del culto que debemos al verdadero Dios, la cual conduce a la
idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia.
La acción de tentar a Dios de
palabra o de obra, el sacrilegio y la simonía son pecados de irreligión,
prohibidos por el primer mandamiento.
El ateísmo, en cuanto niega o
rechaza la existencia de Dios, es un pecado contra el primer mandamiento.
El culto de las imágenes
sagradas está fundado en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios.
No es contrario al primer mandamiento.
La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore.
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